Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

III. Avenida de Monforte de Lemos, 181


Luis observaba la ciudad por la ventana. Salpicados por aquí y por allá, decenas de coches, muertos vivientes y cadáveres conformaban una postal inaudita de la ciudad de Madrid.

-¿Te has fijado en que ya no está el cartel del piso de allí?- Dijo señalando hacia número 176 de la Avenida Monforte de Lemos.

-No me extraña, ese piso quedaba justo enfrente de donde despedazaron al tipo que salió corriendo de la nada. Sea quien sea el que viva ahí, tuvo la primera línea para el espectáculo. Algo así, estando solo, puede destrozarte.-

Manu miraba a Luis sentado en la butaca. No necesitaba salir a mirar. A estas alturas nada le sorprendía. Luis seguía mirando por la ventana. Echaba de menos a sus padres. No sabía si estarían vivos o no. La epidemia le pilló en Madrid con una beca de estudios. Su familia estaba en su Oviedo natal, y por lo que él sabía a estas horas podían estar todos muertos. O lo que era peor, podían ser más de esos seres. Por suerte, vivía con su compañero de piso y la epidemia no le había pillado sólo.

-Cada vez se ven menos señales de gente viva. De seguir así pronto nos tocará a nosotros.- Se separó de la ventana y se sentó al lado de Manu, que jugueteaba con una pelota anti estrés.

-Puede que sea el momento de salir de aquí.- Dijo Manu- Ahora las cosas parecen más calmadas que antes... Si andamos rápido podemos llegar al coche patrulla que está en la calle. Lleva ahí un mes y medio y no estaba en marcha cuando lo dejaron... Yo creo que puede arrancar.

-Cuando empezaron las evacuaciones masivas decidimos quedarnos porque no nos parecía seguro meter a toda la gente en guetos como si fueran sardinas... -Dijo Luis.

-Yo no estoy diciendo que vayamos al Retiro, puede que ahora sea un punto seguro, pero prefiero irme de aquí a buscar a mi familia... -Manu alzó la voz irritado.

Los dos quedaron en silencio. Ambos pensando en sus familias. Luis en sus padres. Manu en su hermano. Se habían quedado huérfanos de muy pequeños y se habían apoyado el uno en el otro para seguir adelante. Ahora su hermano estaba sólo en Sitges y él estaba en Madrid, por estudiar un curso de guión. Al cabo de unos segundos, Luis se levantó y se dirigió a la ventana.

-El coche patrulla ese... ¿Realmente crees que podría arrancar?

-Joder si lo creo...

-Necesitaríamos dos coches. Yo voy a intentar llegar a Oviedo, y está claro que tú quieres ir a buscar a tu hermano.

-Sí, pero para salir de Madrid sólo necesitamos uno, y estoy seguro de que ese puto coche arrancará.

Los dos amigos pasaron los siguientes dos días planificando una ruta por la que salir de Madrid. Desde su posición, decidieron que lo más fácil era llegar a la Castellana y salir por la A1. Una vez alcanzada una distancia segura, buscarían otro coche y sus caminos se separarían.

Decidieron no cargar con comida, ya que habría muchas gasolineras por el camino repletas de comida envasada. Además, no les quedaba gran cosa. Se hicieron unas rudimentarias pero efectivas armas sujetando el filo de un cuchillo a la pata de una silla y prepararon la ropa más gruesa que tenían, así como chaquetas de cuero y guantes. Menos de 36 horas después de ponerse en marcha, todo estaba listo.

Bajaron a la calle por el portal de su bloque que, por suerte, estaba despejado. Al llegar a la calle, se encaminaron hacia el coche patrulla avanzando de coche en coche, con la esperanza de no ser vistos. Se agazaparon detrás de un Ford Fiesta que estaba a unos 15 metros del coche patrulla. Al otro lado del Fiesta había un no muerto que anteriormente debía haber sido una señora de mediana edad. Ahora era difícil decirlo ya que su cara estaba quemada casi en su totalidad. Por señas, y con miedo de hablar por si atraían a más zombis, Manu y Luis se coordinaron para ir cada uno por un lado del coche. El ser se giró hacia Luis cuando éste salió por su lado y Manu aprovechó ese momento para asestarle un golpe que destrozó la cabeza a la mujer. Cayó al suelo desparramando su cerebro por el pavimento.

Eufóricos, los dos amigos corrieron hasta el coche patrulla. Luis abrió la puerta del conductor justo cuando Manu le gritaba algo. Hubiera sido mejor que Manu no gritara. De ser así, Luis hubiera tenido alguna posibilidad de ver salir al zombi que se escondía dentro, pero no la tuvo, ya que se giró hacia su amigo cuándo éste le gritó. El no muerto, que había sido policía, se abalanzó sobre Luis, que a duras penas lo pudo contener. Los dos fueron al suelo.

Ayúdame! ¡Manu! ¡Quítamelo de encima!

Pero Manu no reaccionaba. Veía cómo su amigo luchaba con el policía muerto y cómo se acercaban más muertos. Ante los aterrados ojos de su amigo, Manu se subió al coche patrulla. Dentro, olía a podredumbre y a pus.

-¡Lo siento!- Grito Manu mientras las lágrimas bañaban su rostro.

Manu cerró la puerta y arrancó. Enfiló la avenida de Moforte de Lemos. Luis se quedó gritando el nombre de su amigo hasta que una horda de muertos se le echó encima.

Manu aceleró el coche patrulla más allá de lo recomendable teniendo en cuenta la cantidad de obstáculos que había en la calle. Estaba en shock y lloraba. Eso unido a la porquería que había acumulado el parabrisas en los casi dos meses que se pasó a la intemperie, le impidieron ver la barricada que había a la altura del número 36, al lado del centro comercial La Vaguada. Se estrello a unos 85 km/h y salió despedido hacia adelante reventando el parabrisas. Fue a parar encima del capó del coche. Sin poder mover ni un músculo, pero consciente, pudo ver cómo los no muertos se acercaban y cómo gritaban de excitación al encontrar una presa viva.

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