Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

V. Avenida de Monforte de Lemos,101 Madrid



-Por lo tanto, instamos a la población superviviente dirigirse al recinto del parque del Buen Retiro, donde podrán ser atendidos en todo lo que necesiten y serán instalados hasta que las tropas del ejército restablezcan el control en la capital. Fin del comunicado-.

Marcos apagó la radio. Había escuchado ese mensaje decenas de veces y no le apetecía escucharlo una vez más. Desde hacía semanas la radio lo escupía una y otra vez por casi todas las bandas disponibles. El resto sólo emitían estática. Era como si no hubiera nadie ahí afuera. Sólo ese mensaje. Eso hacía que a menudo se preguntara si ir al Retiro era buena idea o no. La respuesta le llegaba por la ventana, en forma de un intenso hedor procedente del Burger King que había cerca de su casa. Ese olor le devolvía de golpe y porrazo a la realidad. A una realidad en la que quedarse en casa ya no era una opción. En realidad, nunca lo había sido, pero el miedo es mal compañero de viaje, y lo tuvo encerrado en casa mientras veía por la ventana cómo la civilización se desmoronaba como un frágil castillo de naipes.

Ahora, como otros muchos supervivientes, se encontraba en la encrucijada de decidir entre quedarse en casa, acabando poco a poco con la comida y el agua, o salir e intentar llegar a una zona segura. Una cosa estaba clara: en casa, más tarde o más temprano, moriría de sed y de hambre. Ahí fuera, necesitaba mucha suerte, pero había posibilidades de sobrevivir.

Decidió salir de noche. Coger el camión de reparto de su padre y llegar al Retiro arrasando todo a su paso si hiciera falta. El camión no era tan grande como un trailer, pero sí como uno de los servicios de limpieza públicos, y sería más que suficiente para atravesar las hordas de no-muertos y apartar las barricadas levantadas por ciudadanos, militares y policías en los últimos días de ese país conocido como España. Ahora poco quedaba de él. Salvo el recuerdo de lo que un día fue que habitaba en los supervivientes.

Abandonó su casa, la que había sido su hogar toda la vida, el 16 de Noviembre. No le fue fácil salir del portal. Y no porque hubiera zombis en la calle. Eso lo tenía asumido y sabía como evitarlos hasta llegar al camión. Conocía bien su calle y las zonas en la que podía ocultarse. Le costó irse del portal porque sabía que nunca volvería. Dejaba atrás toda su vida. Y darse cuenta de eso fue peor que cuando su padre no volvió de un puesto de abastecimiento hacía mes y medio. Era como pasar las páginas de un libro teniéndolo que quemar al final. Sabiendo que no podrías volver a leerlo. Eso te obligaría a disfrutar más cada página. Y el portal era el último capítulo de su libro. A partir de ese momento empezaría otro y no iba a ser tan agradable. Lloró; sólo en la oscuridad expulsó unas lágrimas que, como una losa, le impedían seguir adelante desde hacía semanas. Tras unos minutos, su parte más determinada le obligó a abrir la puerta del portal y salió al exterior.

Le recibió una agradable noche de luna llena en la que soplaba una fría brisa que anunciaba un invierno duro. Por suerte, había metido un buen abrigo en su mochila. Todos estos pensamientos le asaltaban mientras saltaba de sombra en sombra camino del camión de su padre. Cuando llegó a éste, se fijó en un coche patrulla que estaba justo al lado. Podría tener armas o algo que le sirviera en su viaje y decidió arriesgarse y abrir el maletero.

Al instante supo que había hecho bien. Desperdigadas por el habitáculo, había una Beretta de 9mm, una porra, una escopeta recortada semi automática y munición. Encajó la pistola en el cinturón y metió la munición en la mochila, junto a la porra. Cogió la escopeta y algo llamó su atención, al girarse pudo interponer el arma entre él y la dentellada de un no-muerto que se le había acercado sin él percatarse. La adrenalina empezó a correr por sus venas mientras el zombi le arañaba la chaqueta. Se valió de toda su fuerza para lanzar al zombi hacia atrás, tirándolo al suelo, pero no tardó en empezar a incorporarse. Marcos aprovecho ese pequeño lapso de tiempo para coger un cartucho de la escopeta y cargar el arma. Apretó el gatillo y nada pasó. El seguro estaba puesto. Se maldijo a la vez que pulsaba el seguro y apuntó de nuevo. Esta vez, al apretar el gatillo, un fogonazo se llevó por delante media cabeza del zombi, que salió despedido contra un coche. La reacción en los demás no-muertos no se hizo esperar. Cientos de gemidos rompieron por segunda vez el silencio de la noche.

Marcos se puso en marcha y se subió al camión. Metió la llave en el contacto y la giró. De nuevo, y como si de una broma del destino se tratase, no ocurrió nada. El pánico se apoderó de Marcos, que veía cómo los zombis se acercaban a su posición. De pronto recordó el sistema antirobo del camión. Era un dispositivo que desconectaba la batería en busca de dos objetivos: funcionar como antirobo y preservar la vida útil de la batería. El dispositivo estaba junto a la batería, fuera de la cabina. Marcos salió mientras los zombis seguían su inexorable avance. Desconectó el dispositivo y se subió a la cabina justo a tiempo. Un zombi ya estaba aporreando la puerta cuando Marcos giro de nuevo la llave. Esta vez sí, el camión cobró vida entre quejidos por un abandono de dos meses. Metió primera y salió a la avenida de Monforte de Lemos atropellando a multitud de muertos en su camino.

La avenida terminaba en el paseo de la Castellana, a la altura de los imponentes rascacielos que se alzaban sobre los terrenos de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid. Una de las cuatro torres había dejado de existir, y las otras 3 estaban bañadas por la oscura luz de la luna, que les daba un aspecto lúgubre que habría hecho las delicias de cualquier aficionado a la fotografía.

Al llegar a la Castellana, Marcos detuvo el camión. A la derecha, podía ver la Castellana hasta Plaza Castilla. Una de las torres Kio había caído sobre la avenida y cortaba el paso totalmente. A la izquierda, la castellana seguía, libre de grandes obstáculos hasta conectar con la M30. De ahí, podía conectar con la A1 y salir de Madrid. De nuevo, la sensación de pasar una página que había que quemar después de leer lo acongojó y lo mantuvo agarrado al volante con fuerza y sin saber qué hacer. El golpe que un zombi dio en la puerta del copiloto lo sacó de su trance.

Marcos giró hacia la izquierda. Hacia lo desconocido. Sin rumbo fijo aceleró el camión y se prometió a sí mismo que volvería a su ciudad. A su barrio. A su casa. Una foto de su padre fue el único testigo de esa promesa que Marcos se hizo en voz baja.

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