Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XXV. Olmedo, Castilla y León




Olmedo recibió su nombre por la cantidad de olmos que existían en su término. Lo que más abundaba ahora en el centenario pueblo eran los muertos. Antes del fin del mundo, el pueblo de Olmedo tenía alrededor de cuatro mil habitantes; un número que todavía se mantenía pero en una proporción de mil muertos por cada cinco vivos. Eso eran veinte supervivientes agotando sus víveres y sus fuerzas mientras el asedio zombi no cesaba. Tres de esos supervivientes, componentes de la misma familia, aguantaban como podían en el parque temático del mudéjar de Olmedo.

Ajeno a todo esto, Vicente decidió parar la locomotora para dormir de una vez. Tras su traumático paso por el túnel de Tabladillo había quedado exhausto y necesitaba desconectar unas horas, que no serían muchas, ya que amanecería en apenas dos. Detuvo el tren en un tramo recto y de buena visibilidad separado por un campo de unos quinientos metros de la villa de Olmedo. Le pareció un buen sitio, al fin y al cabo, si se despertaba rodeado de muertos no tendría más que acelerar la locomotora y salir pitando. La aventura del túnel había dejado claro que la vieja Renfe de la serie 333 era una máquina más que eficiente en lo que a atropellar zombis se refería.

El mecánico comprobó que las puertas estuvieran cerradas y se acomodó en el suelo de la pequeña cabina. No era como una cama de hotel, pero en un mundo como el actual, era más que suficiente. Se tapó con unas mantas y cerró los ojos. Vicente pensó que le costaría mucho dormirse, pero no le dio tiempo a pensar en nada más; cayó rendido a los pocos segundos de cerrar los ojos.

A poco más de un kilómetro de donde dormía Vicente, uno de los supervivientes de Olmedo discutían qué hacer. Habían visto llegar la locomotora gracias a que el parque se encontraba en un alto. Ahora, tras verla estacionar y apagar las luces, tendrían que decidir si merecía la pena arriesgar la vida para llegar a las vías del tren.

Habían logrado resistir en el parque gracias al empleo de Rodrigo: era vigilante de seguridad del parque y tenía llaves de todas la cerraduras del mismo. Rodrigo, su mujer Olivia y su hija Sonia, de tan solo ocho años habían visto cómo el pueblo y la gente que les habían visto crecer caían en la vorágine zombi. En pueblos pequeños como Olmedo, en los que todos se conocían de siempre, fue especialmente dramático el estallido zombi, pudiendo verse escenas que no se veían desde la guerra civil, con hermanos matándose mutuamente y con familias enteras luchando entre sí.

La familia sobrevivía gracias a las incursiones que Rodrigo hacía en el pueblo en busca de alimentos y a unas gallinas que tenían, pero cada vez quedaba menos comida en el pueblo y las gallinas no ponían los suficientes huevos para alimentar a los tres. Habían estado evitando hablar de ello, pero sabían que vivían con tiempo prestado.

-La veo a lo lejos. Acaba de apagar las luces de la cabina- Rodrigo hablaba con voz contenida a Olivia, que esperaba expectante cinco metros más abajo.

El otrora vigilante de seguridad bajó de su atalaya y se reunió con su mujer. Se había subido a la maqueta del Castillo de la Mota, que con sus más de cinco metros era, con diferencia, el monumento más alto del parque.

-Deberíamos intentarlo, tarde o temprano tendremos que salir de aquí...- Susurró Rodrigo con miedo de despertar a su hija.

-¿Y si vienen a rescatarnos? Seguro que en alguna parte hay alguien organizándose... El ejercito o el gobierno. -Olivia titubeaba de miedo.

-Olivia, aunque alguien estuviera organizando algo, que lo dudo, Olmedo sería el último lugar al que vendrían. Primero recuperarían las grandes ciudades, luego crearían bases fortifi...

-Prométeme que harás que Sonia llegue a ese tren.

-Los tres llegaremos.

-¡Tú prométeme que Sonia llegará a ese tren! -Olivia levantó la voz, rompiendo el intenso silencio de la noche.

-Lo prometo. Sonia llegará a ese tren. Con o sin nosotros.

La pareja se fundió en un abrazo que duró poco tiempo, pues sabían que el amanecer no les daría tregua y que, con la luz del sol, serían una presa demasiado fácil. 

Comenzaron a prepararse. Decidieron coger únicamente la poca comida que les quedaba y algo de agua, ya que deberían correr hasta llegar las vías del tren. En poco más cuarenta y cinco minutos estaban listos y despertaron a su hija. El parque lindaba en uno de sus lados con la carretera de Valladolid, que era el camino que habían decidido seguir Rodrigo y su familia. Tendrían que caminar unos seiscientos metros entre vehículos abandonados y multitud de accidentes de tráfico que bloqueaban la zona. Luego atravesarían un campo de trigo y llegarían a las vías del tren, donde la locomotora de Vicente aguardaba. Saltaron el muro y se pusieron en marcha serpenteando entre los coches, con Rodrigo a la cabeza, armado con un hacha y Olivia y Sonia detrás suyo.

Una hora después, Rodrigo corría, seguido por decenas de muertos, los últimos metros de campo con Olivia en brazos. La sangre manchaba sus caras. La niña colgaba inerte en los brazos de su padre mientras una profunda herida en su pierna comenzaba a oscurecerse. Ante el horror de Rodrigo, la locomotora encendía su motor y las luces cobraban vida. En su interior, Vicente, ajeno a lo que ocurría cien metros detrás suyo, comenzaba a acelerar la máquina, cogiendo velocidad en poco tiempo. Rodrigo, absorto en la visión de la máquina alejándose y gastando todas sus reservas de energía en correr más y más rápido, no se percató en cómo su hija Sonia abría los ojos. Unos ojos oscuros y carentes de vida, que miraron al que en otro tiempo fue su padre con ira infinita. La pequeña se abalanzó sobre el cuello de su padre que no pudo hacer nada, salvo ahogar un grito y caer al suelo mientras los zombis que le perseguían le alcanzaban.

Poco antes, Rodrigo y su familia caminaban entre un mar de coches destartalados. Hacha en mano,  Rodrigo trataba de rastrear cualquier indicio de actividad zombi para evitarla. Olivia caminaba pegada a él, sin separarse un centímetro más de lo necesario. Hasta que vio algo que la distrajo. Un coche que le era familiar. El coche de su hermano, del que no había sabido nada desde hacía semanas. Se separó del amparo de su marido sin que este se diera cuenta y comenzó a acercarse al coche con su hija aun cogida de la mano. A pocos más de dos metros del coche, Sonia soltó la mano de su madre, que seguía  absorta mirando el coche, y se fijó en un peluche tirado en medio de la carretera. Al mismo tiempo que su madre gritaba al ver a su hermano muerto dentro del coche, Sonia era atacada por un zombi que le mordía en la pierna. La niña comenzó a gritar y, al girarse, a Olivia la atacó su propio hermano, que le comenzó a devorar la cara. En menos de quince segundos, lo que Rodrigo tardó en darse cuenta de que se había quedado solo, todo se fue al infierno. 

Al saltar el muro que los había protegido durante las últimas semanas y ver el camino que les esperaba, Rodrigo y Olivia se quedaron helados. Sabían que sería difícil llegar. Rodrigo miró a su mujer.

-Te quiero.




No hay comentarios:

Publicar un comentario