Un grito desgarrador despertó a Julia. Parecía un hombre, aunque era difícil decirlo, ya que un inhumano rumor se alzaba cada vez más por encima del grito que le había sacado de una recurrente pesadilla.
Julia se levantó del sofá y se dirigió a la ventana. A pesar de tener tan sólo 18 años, cualquiera hubiera dicho que triplicaba esa edad. Tenía unas profundas ojeras y su pelo, grasiento y lacio, le caía sin gracia por la cara. Al asomarse por la ventana le cegó el sol matutino. No debían ser más de las 10 de la mañana. Unos 20 metros por debajo suyo y a unos 30 metros de distancia, un enjambre de no muertos daban cuenta de lo que parecía ser un cuerpo humano. Pero eso era difícil de saber. Sólo restaban miembros mutilados y huesos roídos con saña. Levantó la vista y observó, como todas las mañanas, el cartel que colgaba de un bloque de apartamentos a unos 200 metros de su casa. "Estamos vivos". Comprobó su propio cartel -como si sirviera de algo-, lo arrancó y cerró las ventanas. Abajo los muertos comenzaban a dispersarse y del hombre sólo quedaba un inmenso rastro de sangre.
Una lágrima recorrió su cara. No quería terminar así. Comida por esos monstruos. Devorada viva mientras sus gritos se perdían en una desolada ciudad. Lo había soñado tantas veces, que era como un recuerdo vivido. No se arriesgaría a que eso le pasara. Además, tampoco podía dejar a su hermano abandonado. Podía escucharlo en la habitación. Siempre dando vueltas. Siempre gruñendo. Sin dejarla dormir a penas.
Las noches en vela y el hambre hacían mella en ella. Cada vez que se cruzaba con un espejo se echaba a llorar. No había sido top model, pero tenía cierto éxito entre el sexo opuesto. Y, por qué no, entre las filas de su propio sexo. Pero lo que se encontraba al otro lado del espejo era una mueca de lo que fue. Un espectro. Una mala broma del destino, que la torturaba día tras día sin que nada cambiara más que ella misma y el olor que provenía de la habitación de su hermano. Su hermanito.
Ver morir a ese hombre fue una señal. No sabría decir si divina, pero Julia sabía que era una señal. No había futuro posible. No con esas cosas ahí abajo y no sin que, a estas alturas, alguien hubiera solucionado el problema. Cogió la caja de herramientas de su padre, que tan lejano le parecía ahora, y fue al cuarto de su hermanito. Le recibió un siseo y un golpe en forma de olor que casi le hizo vomitar. Temía a su hermano, aunque en el fondo sabía que no podría romper las cuerdas. Como una autómata, levantó el martillo por encima de su cabeza y golpeó a su hermano. Dos golpes fueron suficientes para romperle el cráneo y que rezumara lo que otrora fue el cerebro de su hermano. Todo lo que fue y pudo ser rezumaba de un agujero de unos cinco centímetros.
Tiró el martillo al suelo y se sentó en el sofá. A su lado, donde siempre desde que empezó esa locura, un grueso palo y un roñoso cuchillo. Asió el cuchillo y se sorprendió a sí misma con lo poco que le costó incarlo en la muñeca izquierda. Un chorro de sangre fresca y joven salpicó la alfombra de su madre, a la que apenas recordaba ya, a pesar de que murió hacía sólo una semana. Clavó nuevamente el cuchillo en la otra muñeca. El mundo comenzaba a emborronarse. Estaba muy cansada. Muy cansada.
Julia se levantó del sofá y se dirigió a la ventana. A pesar de tener tan sólo 18 años, cualquiera hubiera dicho que triplicaba esa edad. Tenía unas profundas ojeras y su pelo, grasiento y lacio, le caía sin gracia por la cara. Al asomarse por la ventana le cegó el sol matutino. No debían ser más de las 10 de la mañana. Unos 20 metros por debajo suyo y a unos 30 metros de distancia, un enjambre de no muertos daban cuenta de lo que parecía ser un cuerpo humano. Pero eso era difícil de saber. Sólo restaban miembros mutilados y huesos roídos con saña. Levantó la vista y observó, como todas las mañanas, el cartel que colgaba de un bloque de apartamentos a unos 200 metros de su casa. "Estamos vivos". Comprobó su propio cartel -como si sirviera de algo-, lo arrancó y cerró las ventanas. Abajo los muertos comenzaban a dispersarse y del hombre sólo quedaba un inmenso rastro de sangre.
Una lágrima recorrió su cara. No quería terminar así. Comida por esos monstruos. Devorada viva mientras sus gritos se perdían en una desolada ciudad. Lo había soñado tantas veces, que era como un recuerdo vivido. No se arriesgaría a que eso le pasara. Además, tampoco podía dejar a su hermano abandonado. Podía escucharlo en la habitación. Siempre dando vueltas. Siempre gruñendo. Sin dejarla dormir a penas.
Las noches en vela y el hambre hacían mella en ella. Cada vez que se cruzaba con un espejo se echaba a llorar. No había sido top model, pero tenía cierto éxito entre el sexo opuesto. Y, por qué no, entre las filas de su propio sexo. Pero lo que se encontraba al otro lado del espejo era una mueca de lo que fue. Un espectro. Una mala broma del destino, que la torturaba día tras día sin que nada cambiara más que ella misma y el olor que provenía de la habitación de su hermano. Su hermanito.
Ver morir a ese hombre fue una señal. No sabría decir si divina, pero Julia sabía que era una señal. No había futuro posible. No con esas cosas ahí abajo y no sin que, a estas alturas, alguien hubiera solucionado el problema. Cogió la caja de herramientas de su padre, que tan lejano le parecía ahora, y fue al cuarto de su hermanito. Le recibió un siseo y un golpe en forma de olor que casi le hizo vomitar. Temía a su hermano, aunque en el fondo sabía que no podría romper las cuerdas. Como una autómata, levantó el martillo por encima de su cabeza y golpeó a su hermano. Dos golpes fueron suficientes para romperle el cráneo y que rezumara lo que otrora fue el cerebro de su hermano. Todo lo que fue y pudo ser rezumaba de un agujero de unos cinco centímetros.
Tiró el martillo al suelo y se sentó en el sofá. A su lado, donde siempre desde que empezó esa locura, un grueso palo y un roñoso cuchillo. Asió el cuchillo y se sorprendió a sí misma con lo poco que le costó incarlo en la muñeca izquierda. Un chorro de sangre fresca y joven salpicó la alfombra de su madre, a la que apenas recordaba ya, a pesar de que murió hacía sólo una semana. Clavó nuevamente el cuchillo en la otra muñeca. El mundo comenzaba a emborronarse. Estaba muy cansada. Muy cansada.
Pues me gusta, la verdad. Antihéroes o la historia de los no supervivientes. Si le tuviese que poner una frase al título del blog sería. "En el Apocalipsis Zombie todos tienen una historia que contar, pero por desgracia todas terminan mal" Por eso es un Apocalipsis ¿no?
ResponderEliminarContinúa escribiendo, ahora no puedes parar!!!
Gracias señor kutusov. Tengo pensado hacer un capítulo semanal, pero ahora, para empezar voy a escribir unos cuantos para que la cosa coja cuerpo. Y no se preocupe, que habrá personas que no terminen en las bocas de los muertos...
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