Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

VII. Plaza de Castilla 7, Madrid



Una fuerte explosión despertó a Carlos. Como todas las mañanas, lo primero que hizo fue dar cuerda a su reloj de bolsillo. Era un regalo de su hermano y lo único que conservaba de una época que añoraba. Mantenerlo en hora y con cuerda le ayudaba a seguir adelante. Abrió un ventanuco del kiosko en el que se encontraba y vio una nube de humo que ascendía de Chamartín. Otro pobre desgraciado que terminaba sus días de forma violenta, pensó.

Se sentó en un viejo taburete y miró sus provisiones: chocolatinas, bolsas de patatas, chicles, caramelos... Todo lo que se podía esperar de un kiosko. Estaba harto de comer chucherías y tenía un par de muelas que le dolían mucho, pero por lo menos tenía decenas de revistas con las que pasar el tiempo. Un tiempo que transcurría de manera lenta pero inexorable hacia un final que no quería imaginarse. Carlos no se atrevía a salir, pero no era estúpido. Sabía que tarde o temprano se le acabaría la comida o algún no-muerto conseguiría sorprenderle cuando salía a vaciar el cubo con sus necesidades. Su situación era insostenible. Pero temía salir del kiosko que le servía de refugio. Y más con lo que le había pasado hacía 10 días.

Llegó con su último aliento al kiosko después de pasar una odisea por la ciudad, una odisea que había costado la vida a sus dos acompañantes, sus vecinos, con los que se había aventurado a cruzar Madrid para llegar al Retiro. No lo consiguieron. Habían caminado un kilómetro cuando, al doblar una esquina para entrar en la calle Bravo Murillo, se encontraron con una marea de más de 500 zombis. Carlos no recordaba claramente lo que ocurrió a continuación. Echaron a correr y a cada paso que daban se encontraban con más zombis. Corrió hasta que se vio a solas en Plaza Castilla. No sabía dónde habían quedado sus amigos pero la horda de zombis estaba a unos 300 metros, por lo que tenía que seguir moviéndose. Fue entonces cuando vio el kiosko. Se refugió en él y se pasó las siguientes horas escuchando los gruñidos de los no-muertos y rezando. Había perdido su equipo y la esperanza.

Esa experiencia le mantenía en el kiosko desde hacía 10 días, pero tarde o temprano tendría que moverse. Además, no olvidaba el motivo que le llevó a salir de la relativa seguridad de su piso: su hermano. No sabía nada de su hermano y ésa incertidumbre era peor que si hubiera muerto. Necesitaba ir a su Ponferrada natal y ver si estaba bien. Cabía la posibilidad de que la población se hubiera refugiado en el Castillo de la Orden Militar del Temple. Era una construcción sólida y fácilmente defendible por lo que era lo más probable. Tenía que llegar allí y ayudar en lo que pudiera.

Cuando llegó a Plaza Castilla 10 días atrás, se fijó en una tienda de armas que quedaba justo al otro lado de su kiosko. Sería un buen punto de partida para su viaje. Podría coger un par de armas de fuego y ropa nueva, ya que la suya apestaba. Seguramente la tienda estaría llena de ropa de camuflaje y resistente. Decidió que esa sería su primera parada y que iría en ese mismo momento, sin demorarse más, ya que, según había comprobado los últimos días, el número de zombis en la plaza se mantenía más o menos constante. No merecía la pena esperar más, así que abrió la puerta.

Le recibió la imagen de la torre Kio de Caja Madrid derrumbada sobre la Castellana. Una imagen a la que uno no se acostumbraba y que le tuvo unos segundos helado. Fue lo último que vio. Antes de que entendiese lo que pasaba una bala del calibre .50 le arrancó gran parte de la cabeza y bañó de sangre y masa cerebral el lateral del kiosko. Cayó al suelo ya muerto cuando el sonido del disparo alcanzaba su cuerpo, con el reloj de bolsillo de su hermano en la mano.

1 comentario:

  1. Pero qué horror! ¡Quién ha matado a este chico'? Déjame alguno vivo por favor! Muy buen relato, como los otros.

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