Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

IX. Calle de Félix Boix 1, Madrid


Raúl dejó a un lado los prismáticos y se escabulló arrastrándose hacia atrás. Paró junto a su novia Irene.

-Se ha ido. -Dijo Raúl mientras cogía una botella de agua.

-¿Estás seguro? ¿Has visto lo que acaba de hacerle al chico del kiosko? ¿Y si es una trampa?

Raúl bebió un poco de agua y cogió a Irene por los hombros. Se la acercó suavemente.

-Mientras hablamos aquí estamos perdiendo tiempo y ese hijo de puta no tardará en volver a la azotea. Es ahora o nunca. Tú decides.

La pareja vivía en el último piso de un alto bloque de viviendas que, por uno de sus lados, daba a la Castellana. Llevaban allí desde la primera semana del estallido zombi y por suerte para ellos, antes de que todo se acabara estaban preparándose para hacer el camino de Santiago en bicicleta, por lo que tenían todo tipo de barritas energéticas, comida deshidratada... Eso, junto a la comida que ya tenían en su despensa, les empujó a aguantar en casa en espera de que todo se arreglara. Pero pasaron las semanas y nadie llegaba. Al principio hubo una débil resistencia por parte de las fuerzas armadas, pero fueron aniquiladas a los pocos días. Cada persona que moría era un nuevo zombi y en una ciudad de tres millones de habitantes, pronto hubo más zombis que personas. Las fuerzas del orden se vieron desbordadas.

Irene y Raúl vieron cómo la sociedad de consumo se consumía a sí misma en menos de una semana. Todo lo conseguido a lo largo de cientos de años se perdió en unos días. De golpe y porrazo dejaron de existir leyes, arte, economía... Sólo quedaba lo que se guardaba en los museos y lo que los supervivientes recordaban y al parecer, el último refugio del orden residía en el Parque del Buen Retiro. Raúl e Irene habían escuchado el mensaje por radio y llevaban tiempo queriendo irse de su hogar, pero, primero los zombis, y luego el francotirador, les habían retenido. Ahora, con éste último lejos de la azotea, tenían una oportunidad.

-Sólo voy a llevar barritas y bebida ¿Vas a coger el bate de béisbol? -Dijo Irene mientras empaquetaba todo lo necesario para llegar al Retiro.

-Por supuesto. -Respondió Raúl mientras sujetaba el bate con las dos manos -¿Está todo listo?

-Sí, vámonos antes de que sea demasiado tarde. -Dijo Irene a la par que terminaba de empaquetar todo.

La pareja echó un último vistazo a su casa. Todo el esfuerzo, el dinero y las lágrimas derramadas por conseguirla ya no eran más que recuerdos inútiles. Antes del apocalipsis tenían problemas para llegar a fin de mes y el dinero dictaba sus vidas. Ahora, llegar a ver el siguiente día era su única preocupación. La vida había cambiado tanto que nunca volvería a ser igual.

Subieron a la azotea y por segunda vez en ese día, les recibió una inusualmente calurosa mañana de noviembre. Desde allí, una escalera de emergencia recorría la fachada hasta la calle. Era la opción más sensata, ya que no habían explorado el resto del edificio y a estas alturas y sin corriente eléctrica, las entrañas del rascacielos eran una oscura trampa mortal. Bajaron por la escalera todo lo rápido que pudieron, aunque eso no evitó que vieran fugaces y terribles escenas desde las ventanas de los apartamentos que se sucedían. Familias enteras se habían quitado la vida ante la desesperación de ver cómo todo se derrumbaba desde la ventana de su salón. Ahora sus cuerpos, inertes e hinchados, estaban expuestos como figuras de un museo del terror, y lo estarían para siempre.

Llegaron a la calle y se apresuraron a ocultarse tras unos coches siniestrados que bloqueban uno de los carriles de la Castellana.

-Tenemos que llegar al otro lado de la Castellana. Es mejor evitar las grandes avenidas y andar por la calle del Capitán Haya, en paralelo. -Comentó Raúl mientras miraba nervioso a un lado y a otro.
-¿No vamos a ir donde el chico del kiosko?
-¿Estás loca? Ése está más muerto que esos podridos de ahí. -Raúl señaló a un grupo de zombis que arrastraban sus pies a unos 200 metros de ellos.
-¿Pero y si no lo está? Puede estar malherido. -Respondió Irene.
-Sea como sea, no podemos arriesgarnos. Tenemos que cruzar ya... ¡Vamos!

Raúl cogió del brazo a Irene y salió de detrás de los coches rumbo al otro lado de la calle. Arrastraba a Irene con él, pero ella se zafó rápidamente.

-Yo me voy a mirar si está bien. -Dijo Irene desafiante. -Tú haz lo que quieras.

Irene comenzó a marchar hacia Plaza Castilla. Raúl, al ver que no se trataba de un farol, no tuvo más remedio que salir corriendo detrás de ella de mala gana. Llegaron a la altura del Juzgado de Instrucción número 1 y allí se detuvieron en la plaza que dividía la Castellana en dos y que albergaba el monumento a Calvo Sotelo. Desde allí divisaban Plaza Castilla, pero no llegaban a ver al chico del kiosko. Maldiciendo en voz baja, Raúl salió por delante de Irene. De no haber sido así, Irene hubiera muerto en ese mismo instante. Un zombi salió de detrás de la estatua y atacó a Raúl, que por suerte sujetaba su bate de béisbol con fuerza. Golpeó la cabeza del no muerto con la suficiente fuerza como para abrirle el cráneo. Un chorro de fluidos cerebrales salpicó la estatua del político. Raúl se giró hacia Irene visiblemente alterado.

-¿Has visto a ese hijo de puta? Me quería dar un besito...

Irene no tuvo tiempo de responder, ya que antes de que pudiera decir nada, un espectro surgió de la nada y agarró a Raúl por el cuello a la vez que le hincaba los dientes profundamente.

-¡Raúl! -Gritó Irene mientras se llevaba las manos a la cara.
-¡Vete de aquí! -Gritó Raúl mientras caía al suelo. -¡Lárgate!

Cada vez más zombis llegaban atraídos por los gritos de Raúl, que estaba siendo devorado y despedazado mientras gritaba de agonía. Irene daba pasos hacia atrás sin terminar de reaccionar. Cuando se giró, descubrió un zombi que se encontraba a metro y medio y avanzaba hacia ella a gran velocidad. De pronto, y ante los desorbitados ojos de Irene, la cabeza del zombi saltó por los aires bañándola en sangre coagulada y putrefacta.

Irene se quedó helada. No se movía. Ni siquiera cuando vio acercarse a un hombre de unos 40 años que empuñaba un arma.

-¡Ven conmigo si quieres vivir! -Gritó el hombre mientras miraba cómo se acercaban más muertos.

Irene estaba lejos de allí. Se encontraba refugiada en una zona de su mente a salvo de todo lo que le rodeaba. Obedeció al desconocido y comenzó a andar. Se dejó llevar. Como haría siempre a partir de ese momento y en las pocas horas de vida que le quedaban.

2 comentarios:

  1. Como se fabrica la cara de un zombi. http://www.libertaddigital.com/multimedia/galerias/cogida-padilla/#padilla-cogida1.JPG Realmente impresionante

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