Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XI. Calle Capitán de la Haya 55, Madrid



Un grito agónico sorprendió a Gringo mientras avanzaba silenciosamente por la calle. Velozmente se metió debajo de un coche. No veía a ninguno de los que olían diferente por la calle, de modo que el grito tuvo que venir de alguno de los edificios que le rodeaban. Su desarrollado sentido del olfato le ubicó exactamente la procedencia del grito, un enorme edificio que estaba a su derecha. De allí le llegaba el olor de la sangre, de un humano y de una de las personas que olían diferente. Gringo no sabía catalogar mejor a los zombis. Eran como los humanos pero olían diferente y eran agresivos por lo que había aprendido a evitarlos.

Gringo siempre había sido un Golden Retriever inteligente y cariñoso, pero desde el comienzo del apocalipsis habían aflorado en su interior sus instintos más primitivos y ocultos, que le ayudaron a sobrevivir y que le habían llevado a cazar, matar y pelearse con otros perros hasta quedar marcado por todo su cuerpo. Se había pasado el último mes y medio al norte de Madrid, a las afueras de la ciudad, donde se extendían vastos campos en los que abundaban los conejos y los pájaros. Llegó allí después de que su familia muriese en uno de los múltiples atascos que se produjeron en las salidas de la capital, que se convirtieron en trampas mortales cuando los zombis llegaron. Gringo vio cómo a sus amos los atacaban y se convertían en zombis. Fue entonces cuando, a raíz de que su propia familia intentara hacerle daño, aprendió que cuando a una persona le cambiaba el olor, no había que acercarse a ella.

Gringo se quedó por el norte intentando sobrevivir cazando junto a otros perros supervivientes. Pero eso era antes, ahora, tras casi dos meses, no quedaba mucho de lo que alimentarse y por eso se había aventurado a ir a la ciudad.

Ahora, estando bajo el coche, podía oler toda clase de cosas: restos de humanos, basura, humo... Pero sobre todo olía a las personas que olían diferente. Estaban por todas partes y aterraban a Gringo, que se mantenía alejado de ellos y se valía de su velocidad y cautela para pasar desapercibido. Tras pasar unos minutos debajo del coche decidió salir y seguir su camino.

Al llegar a Bravo Murillo se escondió de nuevo ante la cantidad de personas que olían diferente que había. Entraban en tropel por una verja que habían tirado abajo y que daba paso a una armería. Gringo escuchó disparos y gritos que llegaban desde uno de los últimos pisos del edificio. El ruido estaba atrayendo a las personas que olían diferente de toda la zona, de modo que Gringo aprovechó para seguir su camino sin ser detectado.

Bravo Murillo era como otros muchos escenarios más de la capital. Los coches atestaban la calle y había zombis desperdigados aleatoriamente. Restos de cruentas luchas adornaban este escenario de muerte: coches de la policía calcinados, una barricada caída con decenas de zombis definitivamente muertos y desmembrados a su alrededor, armas que todavía colgaban de las manos muertas de aquellos que lucharon por intentar salvar la sociedad... Todo ello pasaba ante los ojos de Gringo sin que le afectase lo más mínimo, ya que el hambre que le consumía por dentro era demasiado grande.

Siguió bajando por Bravo Murillo hasta que detectó algo con su afinado olfato. Era comida, no quedaba duda. Era comida de la que si comía antes de llegar las personas que olían diferente su familia le culpaba y gritaba. Se paró para ubicar el origen del olor. Llegaba desde un bar que quedaba a su izquierda. Entró con cautela. Dentro olía a podredumbre y a persona muerta, pero por debajo de todo ello podía oler comida. Entró en la cocina del bar y allí, tapado por un trapo y dentro de una caja sin cerrar había un jamón. La saliva comenzó a llenar la boca de Gringo, que se quedó allí comiendo el jamón sabiendo que nadie le gritaría por ello.

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