Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XII. Calle Bravo Murillo 340, Madrid



Lucas miraba por la ventana cómo los zombis vagaban por la calle y se sorprendió al ver a un perro entrar en un bar. Jugaba con ventaja. Un perro podía pasar desapercibido y ser rápido, pero una persona lo tenía difícil en las calles. Había pensado muchas veces en salir e intentar llegar a la zona segura del parque del Retiro, pero sabía que bajar a la calle era prácticamente un suicidio, por lo que se pasaba los días mirando por la ventana pensando en la mejor manera de salir de la cárcel en la que se había convertido su casa.

En la primera semana del estallido, sus compañeros de piso se fueron de casa en un intento por llegar a sus países natales. Dos se fueron a Sudamérica y uno más a Marruecos. Nunca más supo nada de ellos. Lucas no creyó que fuera posible poder llegar a Sudamérica, donde su familia esperaba. Era un viaje demasiado largo en un momento en el que el ejército disparaba a matar a la mínima sospecha de contagio. Y eso en los países europeos. No quería imaginarse cómo estarían las cosas en su Venezuela natal. Habían llegado noticias de que el gobierno había cerrado el país y se dedicaba a arrasar ciudades enteras en un loco intento de controlar la propagación del virus. Eso ocurrió hacía un mes, y desde entonces no sabía nada más. Seguramente todo se habría venido abajo, como en el resto del mundo. Pero algún día todo volvería a la normalidad e iría a su casa. Lucas mantenía viva la esperanza de que su familia seguía viva, o por lo menos su hermano, ya que hacía un mes, antes de que se cayese todo el sistema por completo, había podido contactar con él por teléfono. Le dijo que la situación era mala, pero que aguantaban refugiados en casa. Lucas seguía vivo gracias a esa llamada, gracias a la esperanza de que su familia, o parte de ella, siguiera viva.

Con el paso de las semanas, Lucas había estado madurando un plan. Partiendo de la base de que bajar a la calle era inviable, había pensado sacar partido de su afición a la escalada. Y es que hacía un par de años a Lucas le habían regalado un sencillo kit de escalada que supuso el inicio de una afición que le llevó a adquirir un equipo profesional después de ahorrar durante meses. Ahora ese equipo podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte.

Las calles eran intransitables, pero las azoteas, en su inmensa mayoría, estaban libres de muertos. Por ahí es por donde, en sus sueños, huía de su casa hasta llegar al parque del Buen Retiro. Allí arriba sería sigiloso y rápido como el perro que acababa de ver en la calle. Él no lo sabía, pero había tomado la decisión hacía tiempo, y el ver al perro corriendo por la calle fue el empujón que necesitaba.

Decidió salir al amanecer, ya que los zombis no eran el principal problema sino el encontrar el lugar adecuado por el que pasar de azotea en azotea. Sería una travesía ardua, lenta y peligrosa, pero sería más seguro que aventurarse entre las hordas de zombis que abrían y cerraban las fauces ante cualquier mínimo estímulo.

Pasar de una azotea a la otra de su edificio fue el primer escollo que Lucas tuvo que salvar. Su edificio se dividía en tres volúmenes que tenían diferentes alturas. Dos de ellos, incluido el de Lucas, tenían siete pisos y estaban separados por otro que constaba de 4 alturas, por lo que tenía que bajar a esa azotea para luego volver a subir a la siguiente. La bajada no tuvo dificultad, ya que era semejante a hacer rápel. Gracias a un descensor en ocho pudo recorrer la fachada controlando la velocidad de la caída en todo momento. Al llegar abajo, recuperó la cuerda y se dispuso a subir por la siguiente pared, cosa que no resultó fácil, primero porque tuvo que ayudarse de las ventanas para poder ir asegurando la subida y, segundo, por la horribles visiones que vislumbraba en las oscuras entrañas de los apartamentos. Mientras subía, pensó que era afortunado de tener una esperanza viendo la cantidad de personas que la perdieron a tan solo cincuenta metros de donde él vivía.

Lucas se sirvió de toda la experiencia que tenía en la escalada para pasar al siguiente edificio mientras un mar de zombis gruñían y lenvantaban sus brazos, en un intento de alcanzarle mientras colgaba a más de quince metros sobre el asfalto. Al llegar al otro lado, exhausto, decidió descansar un rato. Le había costado pasar de un edificio a otro más de lo que había calculado y además estaba en baja forma tras casi dos meses encerrado en su piso, pero no cejaría en su empeño de llegar al Retiro. No ahora que estaba metido de lleno en su aventura.

Tras más de diez horas de avance por las azoteas de la ciudad, decidió parar. El frío y el esfuerzo le estaban pasando factura, le dolían las manos y apenas sentía las puntas de los dedos. Había recorrido nueve bloques de edificios y pasado otras tantas calles colgando de un cable de nylon. Ahora, frente a él, se abría un trecho que le obligaría a bajar a ras de calle y jugársela: la calle Sor Ángela de la Cruz, una vía demasiado ancha para cruzarla por las alturas. Pero eso sería al día siguiente, en ese momento sólo quería tumbarse y comer algo.

Cuando terminó de comer, Lucas se tumbó y se cubrió con una manta especial que ocupaba poco espacio y calentaba sobremanera. Al quedar la ciudad en silencio, le pareció escuchar algo. Un rumor. Un lamento. Provenía de algún lugar cercano a él y se puso en pie en un intento de localizar el punto exacto. Descubrió que el ruido llegaba de un hundimiento que había en la azotea y que daba a un apartamento. Allí dentro a oscuras, había una niña agazapada. Lucas contuvo el aliento. Llevar consigo a una pequeña podía echar por tierra sus planes, pero no era capaz de seguir adelante y hacer caso omiso a la niña. Sería algo que le acompañaría toda la vida, de modo que decidió asomarse. Con cautela asomó la cabeza a través del agujero e intentó llamar la atención de la niña, que seguía agazapada. Al no haber reacción por parte de ésta, pensó en bajar. Justo en ese momento, el suelo cedió bajo sus pies y cayó al interior de la vivienda.

En la caída, Lucas aterrizó sobre un montón de escombros que hicieron que su tobillo derecho se doblara de manera antinatural. Un grito comenzó a crearse en lo más profundo de su garganta y empezó a subir por ella, pero Lucas pudo contenerse a tiempo para reprimirlo. Llevaba suficiente tiempo entre muertos como para saber que un grito así los atraería como a moscas.

Olvidándose momentáneamente de la niña, Lucas sacó una linterna e iluminó su tobillo. Palpitaba y se estaba hinchando por momentos. Eso cambiaba las cosas. Tendría que aguantar más tiempo, pero lo superaría todo. Llegaría a su destino y encontraría a su familia. Una lágrima, resultado de la frustración y la rabia, caía por su mejilla. Se limpió y acto seguido se acordó de la niña. Enfocó hacia donde la había visto antes de caer y se sorprendió al ver que no estaba, la niña había desaparecido. Miró en derredor y no la encontró. Un ruido que provenía de detrás suyo le sacó de su estupefacción. Al mirar descubrió a la niña. Le miraba con unos ojos y una expresión que le eran terriblemente familiares. De la boca de la niña empezó a surgir un gruñido que se hizo cada vez más audible. Antes de que Lucas pudiera reaccionar, la niña se abalanzó sobre él. Con el primer mordisco desgarró su cuello y surgió un torrente de sangre que salía a borbotones con cada palpitación de su corazón. Lucas murió en pocos segundos mientras la sangre salía de su cuerpo llevándose con ella las esperanzas que le habían mantenido con vida durante semanas.

4 comentarios:

  1. ¡Me alegro de que te guste! los próximos 3 capítulos me gustan especialemente ;)

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  2. Excelente, en serio. El día que dejes a uno vivo no me lo voy a creer... Y ardo en deseos de saber como está el Punto Seguro del Retiro.

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  3. pero si ya quedaron un par vivos... Os quejáis de vicio.

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