Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XIII. Calle Bravo Murillo 260, Madrid.



Igor despertó en medio de la noche desubicado y teniendo que hacer un esfuerzo para recordar dónde estaba, como le pasaba cada día. Se despertaba buscando a su mamá, buscando su calor y la tranquilidad que le proporcionaba recostarse en su regazo. La realidad le llegaba en oleadas de frío que le hacían estremecerse y agarrarse con más fuerza a su destrozado osito de peluche. Creía recordar un grito, pero no sabía si lo había soñado o había ocurrido realmente. En las últimas semanas, Igor sufría de terribles pesadillas en las que había un denominador común: su madre. Su recuerdo le seguía noche tras noche. El recuerdo de cómo intentó devorarlo en su propia casa, de cómo huyó empapado en sangre tras haber clavado un cuchillo de cocina en el abdomen de lo que fue su mamá... Esas imágenes le seguían noche tras noche y cuando despertaba no había nadie que le reconfortara.

Igor y su madre Lucía habían conseguido sobrevivir a las primeras semanas del apocalipsis refugiados en una comisaría de policía. Fueron allí para denunciar la desaparición del padre de Igor y marido de Lucía. Tras varias horas de espera en la comisaría, llegó el minuto en que la epidemia golpeó de manera definitiva la ciudad. Ese golpe final llegó de la mano de las personas que intentaron salir de la ciudad por carretera y volvieron a ella convertidos en zombis por efecto de las trampas mortales en las que se convirtieron los atascos circulatorios. Fue como el efecto rebote de un tsunami. Los muertos se dispersaron por toda la ciudad, cogiendo por sorpresa a las personas que se resistían a huir y desbordando a los servicios de seguridad. Y allí, en medio de todo ese caos, Lucía se encerró en la cocina de la comisaría para salvar la vida a su hijo de ocho años.

Desvelado, Igor se tapó con la alfombra que usaba a modo de manta y miró al techo. No podía ni quería dormirse. No quería que volvieran las pesadillas. Se quedó despierto, escuchando los ruidos de la noche. En una ciudad en silencio, hasta el más mínimo de los ruidos sonaba magnificado por las reverberaciones en los solitarios edificios, y las pisadas de los muertos no eran una excepción. Miles de zombis caminando erráticamente por una ciudad desierta creaban un sonido que era terriblemente audible y ponía a prueba las mentes de los supervivientes. Igor las escuchaba y temía, pero al final el sueño pudo más y terminó cerrando los ojos.

Tras escapar de su madre, Igor logró sobrevivir a los primeros y caóticos días del apocalipsis oculto en un container de basura. Allí, entre los desechos de la sociedad de consumo, vio como ésta caía y encontró el osito de peluche del que ya nunca se separaría. Bebió agua de lluvia y comió restos de comida, pero llegó un momento en el que el hambre le obligó a salir. Las calles se asemejaban a una zona de guerra y los cadáveres parecían parte de un tétrico mosaico al que le faltaran muchas de sus piezas. Ante este panorama Igor se metió en el primer edificio al que tuvo acceso, subió hasta el último piso y allí se quedó. Solo.

La mañana trajo consigo unos débiles rayos que se filtraron por entre las ventanas. Igor, abrazado aún a su peluche, despertó confundido como cada día y alterado por el recuerdo de las pesadillas. Cada mañana ocurría que, por un instante, no recordaba nada de lo acontecido desde el día del apocalipsis y, durante ese instante, esperaba que su mamá entrara por la puerta con su desayuno. Pero la visión del cuarto donde dormía le devolvía al mundo real. Se levantó y comió lo que restaba de su reserva de comida: una base de pizza mohosa. Aunque llevaba días sabiendo que tendría que salir a buscar comida, fue ahora cuando se dio cuenta de que no tenía más alternativas. Iba a tener que aventurarse en las ruinas de Madrid en busca de alimentos.

Abandonó la seguridad del piso que había ocupado las últimas cinco semanas y bajó por las escaleras del portal, siempre abrazado a su oso. En el rellano del último piso, una barricada levantada por él mismo aguardaba silenciosa. Estaba hecha con maderas y muebles y había mantenido a raya a los pocos zombis que se habían aventurado al interior del edificio. Ahora Igor se enfrentaba al reto de superarla. Decidió que sería más fácil pasarla por encima que deshacerla, de modo que comenzó a escalarla. Todo fue bien hasta que hizo pie en un mueble que estaba carcomido. Su pierna se hundió hasta la rodilla en el mueble e Igor emitió un grito de sorpresa. Las astillas se le clavaron en la piel haciéndola sangrar y el oso salió despedido de sus manos. Más preocupado por el peluche que por él mismo, Igor intentó sacar la pierna del mueble para alcanzarlo, lo que le producía más heridas y dolor, pero apenas lo notaba afanado como estaba en alcanzar el peluche. Entonces sintió que algo le agarraba el pie y tiraba de él. Presa del pánico, Igor comenzó a luchar por zafarse, pero la fuerza con la que le agarraban era descomunal. Cuando pensaba que no podría soltarse, su pierna quedó libre de repente. Cayó de bruces al lado del osito, lo cogió y corrió escaleras arriba, llorando. Detrás suyo, debajo de la barrera y del agujero en el mueble, un gruñido terrible y constante surgía como un géiser.

Igor llegó al piso y cerró la puerta tras de sí. Un hilo de sangre surgía de su pierna, pero él no reparó en ello. Se metió debajo de la alfombra y allí se quedó llorando mientras un implacable mal se abría paso por sus venas. Se quedó dormido por última vez y las pesadillas volvieron con más fuerza que nunca, avivadas por una terrible fiebre que siempre precedía a lo inevitable.

El día dio paso a la noche y la noche a un nuevo día, que fue anunciado por unos rayos inusualmente claros y visibles que se colaron por la ventana. Los rayos de luz calentaron la cara de Igor, pálida y demacrada, y abrió los ojos. Una vez más, durante unos segundos, Igor no recordó nada de lo ocurrido los últimos dos meses, vio a su madre entrar en la habitación con su desayuno y sonrió.

2 comentarios:

  1. !Hola! He llegado aquí a través de la blogoteca de 20 Minutos y he estado leyendo alguna de tus entradas. Me ha gustado mucho tu blog sobre zombies. El estilo es muy sugerente. Con tu permiso, me pasaré por aquí de vez en cuando.
    ¡Saludos desde Viena! :-)
    Paco

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  2. Bienvenido Paco, y muchas gracias por tu visita. Pásate siempre que quieras, aquí estará el apocalipsis esperándote.

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