Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XVI. Calle Reina Mercedes 9, Madrid



Las campanadas de la cercana iglesia de Santa María Micaela desviaron la atención de Roberto, que se encontraba con la mirada perdida observando la calle. Se había pasado los últimos días observando por la ventana, admirando el hipnótico ir y venir de los zombis. Llevaba toda la mañana repasando mentalmente los acontecimientos que le habían llevado a terminar en el primer piso de un bloque en medio de la ciudad mientras agarraba con fuerza la última granada que le quedaba.

Roberto, como muchos otros soldados del ejército español, formó parte de la primera línea de defensa de la ciudad de Madrid, una línea de combate en la que la tasa de mortalidad de sus efectivos superaba el noventa y ocho por ciento. Parte de los soldados que consiguieron salir de aquel infierno fueron llegando al parque del Retiro, donde se ocuparon del parapetado y suministro de la base Juan Carlos I, que fue como se llamó a la zona segura del parque en memoria del monarca, fallecido en un accidente de helicóptero mientras huía de la capital. Entre ellos se encontraba Roberto, que había visto cómo en las primeras horas morían muchos amigos a los que tenía que disparar en la cabeza una vez se convertían en zombis. Esa pesadilla se había repetido día tras día al llegar al Retiro ya que, en muchas de las incursiones que hacían en busca de suministros, caía algún soldado en garras de los no muertos.

Roberto probó una vez más la radio, pero como en otras ocasiones desde que llegara a ese piso, nadie contestó. Del Retiro llegaba el silencio absoluto desde hacía días. Pero no era raro, ya que esa radio la había recuperado de la calle a los dos días de refugiarse en la primera planta del bloque de pisos, de modo que lo más probable es que estuviera rota. Pero aunque sabía que era imposible, la idea de que el Retiro hubiera caído le atacaba en sus momentos de flaqueza. De ser cierto, estaría solo en una ciudad infestada de muertos y sus posibilidades de sobrevivir serían nulas. Mas eso tendría que esperar. Ahora sus pensamientos estaban centrados en el BMR-M1 que aguardaba en la calle, que era lo que quedaba del extenso convoy de la misión de abastecimiento de la que él formó parte. La última misión de abastecimiento que saldría de la base Juan Carlos I.

La vida en la base del parque del Buen Retiro no era fácil. Entre los muros del parque se agolpaban más de ciento cincueta mil personas y los militares no daban abasto. Las colas de racionamiento eran interminables y las peleas y asesinatos estaban a la orden del día. La cúpula militar y política estaba separada del resto del pueblo y eso agravaba los disturbios, ya que mientras los niños y ancianos pasaban hambre, el mando de la base estaba bien surtido, provocando la ira de los refugiados. Roberto y el resto de soldados de las tropas de abastecimiento se jugaban la vida a diario para que los civiles no pasaran hambre, pero cada día había que alejarse más y más del perímetro del parque y el peligro aumentaba. Muchos eran los que no volvían de las misiones y el mando militar corría el peligro de quedarse sin efectivos, pero la necesidad de abastecerse era mayor a cada superviviente que llegaba al Retiro. Por esa creciente necesidad de suministros y con la idea de que con un convoy mayor, la seguridad del mismo aumentaría, el mando militar de la base decidió mandar a cuatro de las cinco tropas en busca de suministros. Roberto, que pertenecía a la tropa de abastecimiento número dos, fue enviado junto a más de seiscientos soldados. Ahora sólo quedaba él.

Roberto pasó la mano por las estrías de la granada. La lluvia comenzó a golpear la ventana por la que miraba a los zombis que caminaban por la calle. Su fusil esperaba a su lado. Cargado. Abajo, en la calle, los que fueran amigos suyos aguardaban con las fauces abiertas su llegada. Roberto cogió el fusil, se puso en pie y se colgó las chapas de identificación al cuello. Con el fusil rompió la ventana de la habitación, que se hizo añicos mientras los cristales caían a la calle clavándose en la cabeza de algunos no muertos, que inmediatamente miraron hacia arriba, hacia el origen del ruido. Roberto se asomó mientras la lluvia mojaba su rostro. Comenzó a gritar al cielo, atrayendo la atención de todos los zombis de la calle, que empezaron a acercarse y a levantar los brazos hacia la ventana por donde se asomaba Roberto. A los pocos segundos, un enjambre de dientes y garras bullía debajo de Roberto.
El soldado levantó la granada y le quitó la anilla. Un muelle hizo saltar la palanca que, con su brusco moviento, inició un fulminante que prendía una mecha de diez segundos. Roberto abrió la mano y la granada cayó a la calle, justo en medio de la multitud de monstruos que rugían tres metros por debajo de la ventana, y comenzó a contar mentalmente los segundos mientras daba varios pasos hacia atrás. A los cinco coma dos segundos una bola de fuego se abrió paso por entre el grupo de zombis. Los ciento ochenta gramos de pólvora y la metralla de la granada hicieron estragos entre los no muertos, descuartizándolos. Los miembros volaron en todas direcciones y la totalidad de los zombis agolpados fueron lanzados por los aires con heridas de diferente consideración.
Roberto aprovechó el momento para lanzar una cuerda por la ventana y bajar hasta la calle haciendo rapel. El BMR-M1 estaba a quince metros de su posición. Desenfundó su pistola reglamentaria y disparó en la cabeza al zombi de una anciana que se acercaba pisoteando los restos de decenas de muertos que inundaban la calle. El soldado avanzó unos metros más a sangre y fuego, disparando certeros tiros a los zombis que le salían al paso. Cuando estuvo cerca de la tanqueta, saltó encima y se metió dentro, cerrando la escotilla de acceso tras de sí.

Una vez dentro, pulsó el contacto que hizo cobrar vida, entre toses y quejidos, al seis cilindros que motorizaba al BMR-M1. Dió marcha atrás aplastando a los zombis que aporreaban el vehículo y puso rumbo a la base Juan Carlos I por la Castellana. Pronto se encontraría en la base, revibido como un héroe y con un merecido descanso como premio. Lo esperaba con toda su alma. Pero una pequeña parte de él, la que siempre le atacaba en los momentos de flaqueza, le decía que eso no iba a pasar.



2 comentarios:

  1. Me ha encantando. En este caso has acertado incluso en el piso. Gracias

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  2. Vaya...no conocía el blog. Me gusta la temática, soy aficionado a series como The walking dead, o a películas como Braindead, La noche de los muertos vivientes y cositas de eese tipo .

    Prometo leerme la historia capítulo a capítulo, tiene buena pinta. A ver que tarde la cojo con tiempo..

    Un saludo!! Suerte con el blog!!

    Xipo "En el mundo perdido" -Participante en la categoría de "viajes"

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