Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XVII. Paseo de la Castellana 118, Madrid. Parte I



Antes de escuchar el sonido del motor del BMR-M1, Santi sabía que algo no iba bien. En cuestión de segundos, todos los no muertos que había frente a su refugio comenzaron a vibrar de excitación. Se giraron todos hacia la izquierda, hacia la fuente de un sonido o una vibración que él no llegaba a percibir, pero que hizo que el aire de la ciudad se estremeciera ante el rugir de los muertos. A los dos minutos de que los zombis comenzaran a moverse, Santi pudo oír el bramido de un motor que cada vez se hacía más audible.

El pasado de Santi estaba borroso. Su familia, sus amigos... No recordaba qué les había pasado ni recordaba sus caras. Sólo recordaba lo ocurrido a raíz de llegar a ese local de ocio de la Castellana. Solo, sin radio, sin atreverse a salir al exterior. Su mente había reprimido lo ocurrido durante más de un mes para protegerse, y así había pasado las dos últimas semanas, escondido, acabando con las reservas de comida enlatada del bar. Esperando.

Enfrascado en sus pensamientos, Santi se sorprendió al ver una tanqueta ligera saliendo de la plaza de la Torre Picasso, arrasando con todo. A su paso reventaba parterres, zombis y coches por igual, dejando un rastro de caos, destrucción y sangre que, aun siendo inmenso, no hubiera sido fácil de seguir en una ciudad en la que la tónica general era el caos, la destrucción y la sangre.
El BMR-M1 embistió un coche que acumulaba una capa de polvo de semanas haciéndolo volar por los aires. El conductor, antaño un trajeado hombre de negocios, salió volando por la ventana despedazándose con soberana facilidad debido a su avanzado estado de putrefacción. La tanqueta, ajena a todo, seguía su camino destrozando más zombis.
Santi lo estaba viendo todo embargado de emoción. Llevaba dos semanas solo y sin ver ningún atisbo de actividad humana, sólo ruidos lejanos de lucha que confirmaban que se estaba quedando cada vez más solo en una ciudad muerta. El tanque ligero de las fuerzas armadas era la prueba de que, en algún punto de la ciudad, existía una base militar. Sin pensarlo dos veces, Santi salió de la seguridad del bar, echando a correr para interceptar al tanque. Mientras corría se afanaba en evitar a los muertos que, eléctricos de excitación, intentaban darle caza. A pesar de sus esfuerzos, las dos semanas inactivo le estaban pasando factura y Santi veía con horror que no iba a alcanzar al BMR. En unos segundos se encontró en medio de la Castellana, con el tanque ligero alejándose a toda velocidad y rodeado de cientos de muertos vivientes.

Cuando se concentraba mucho, Santi recordaba haber estado en la estación de tren de Chamartín con su familia y con otros supervivientes. No recordaba casi nada de lo ocurrido, salvo trazos difusos de planes que se vieron truncados con la irrupción de los zombis en la estación de tren. Se quedó solo y, aunque no lo recordaba, estaba seguro de que todos los demás habían muerto. Y aunque estaba seguro de ello, no podía sentir pena porque su mente había bloqueado los recuerdos de su familia, siendo a la vez una bendición, por poder seguir adelante, y una maldición por no poder recordarlos.

Aun en momentos de estrés crítico y en situaciones de extremo peligro, el ser humano tiende a tener un millón de ideas a la vez en la mente. Por un lado, Santi pensaba en la manera de salir de la situación en la que se había metido, por otro, una parte de su mente le bombardeaba con recuerdos de Chamartín, y aún le quedaba espacio para maldecirse por haber salido corriendo detrás del BMR-M1 como si no hubiera un mañana.
Tras dar un par de vueltas sobre sí mismo evaluando la situación, se dio cuenta de que, pasara lo que pasara, sólo podría echar a correr hacia su derecha, justo al lado contrario por el que se había ido la tanqueta. Sin perder un segundo más, Santi comenzó a correr mientras esquivaba zarpazos y mordiscos que, de alcanzarle, terminarían con su aventura. Gracias al estruendo que había ocasionado la tanqueta, los zombis se encontraban mayormente agrupados y lejos de su trayectoria, por lo que el joven no tuvo muchos problemas para avanzar unos cuantos cientos de metros, y fue entonces cuando lo vio: un concesionario de coches de lujo. Se dirigió hacia el local rezando para que la puerta estuviera abierta y, por suerte, así era. Entró y la cerró tras de sí justo cuando comenzaban a llegar los primeros no muertos. Por ahora estaba a salvo, pero la puerta no tardaría en ceder.

Santi no lo sabía, pero si seguía vivo, era por la cabezonería de un hombre, que no quiso ver lo inevitable dos meses atrás. A pocas horas del estallido del apocalipsis, cuando la amenaza era real y la gente intentaba huir a toda costa de la ciudad, Álvaro, un empresario venido a menos, vió la posibilidad de negocio allí donde todos vieron una muerte segura. Se negó a cerrar su negocio e intentó vender "gangas" a la gente que escapaba de una muerte segura. Aguantó hasta que, tras varias horas sin ver a nadie por la calle, intentó vender un coche a un zombi.

Sin saber que su suerte había dependido de un empresario arruinado, Santi se adentró en el local de coches, que se encontraba en penumbras. A tientas, llegó al mostrador de la tienda. Allí, bajo una pila de papeles, encontró una linterna que, al encenderla, le mostró un armario que el bueno de Álvaro no pudo cerrar antes de morir y en el que colgaban hileras de llaves de coches. Le llamó la atención una que estaba bajo una pegatina que rezaba "Hummer". Cogió las llaves e iluminó el local. Allí estaba, un Hummer rojo sangre que si bien no era un tanque, era lo más parecido a ello. Se montó en el enorme vehículo y, rezando, introdujo las llaves en el arranque. Al girar el contacto, el inmenso V8 del todocamino americano cobró vida. Santi conectó las luces y descubrió al que, sin saberlo, había sido su ángel de la guarda; Álvaro lo miraba desde el otro lado del parabrisas con ojos vacíos y una mueca horrible en la boca. Santi se sobresaltó y, sin pensarlo dos veces, puso la palanca del cambio automático en D y pisó a fondo. El vehículo, de más de dos toneladas, pasó por encima de lo que fue Álvaro y siguió su camino hasta reventar el escaparate. Los zombis que lo aporreaban salieron despedidos hechos jirones. Algunos quedaron atrapados en los bajos del todoterreno, que siguió arrastrándolos mientras se deshacían como muñecos de trapo. Santi gritaba eufórico con una meta clara en su mente, seguir el rastro del BMR-M1

El espectáculo en la Castellana, como en el resto de la capital, era dantesco. Miles de cadáveres se pudrían al sol, mientras muchos miles más caminaban sin rumbo. Las barricadas caídas eran un silencioso testigo del drama de las últimas horas vividas en Madrid. El Hummer avanzaba lenta pero inexorablemente mientras Santi seguía el rastro de cadáveres más recientes.
Cibeles se erigía en medio de todo este caos, ajena a todo, delante del palacio de telecomunicaciones, que había ardido hasta los cimientos. Santi giró hacia la Puerta de Alcalá eufórico a pesar de todo lo que veía, pues intuía que su salvación se encontraba a menos de quinientos metros.
Cuando la Puerta de Alcalá dio paso a la entrada noroeste del Parque del Buen Retiro, Santi frenó en seco. Salió del coche y se quedó de pie mirando al frente, haciendo caso omiso a los zombis que se le acercaban por todos lados. Delante suyo estaba el BMR-M1 y por detrás de éste, se encontraban las ruinas de lo que fue la mayor base militar de campaña en la historia de España, que había dado cobijo a más de ciento cincuenta mil personas. La base Juan Carlos I había caído.

2 comentarios:

  1. Hola,

    hace unos días que leo tu blog. Quería saber con que frecuencia lo publicas para poder seguir tu historia.

    Un saludo

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    1. HOLA! Me alegra saber que hay alguien que lee mi blog. Bueno, ahora llevo un par de semanas atareado y no he publicado, pero hago una por semana. Voy a poner un widget de suscripción por mail, por si quieres que te llegue uno cada vez que publique. En un par de días publicaré el capítulo 19! Un abrazo.

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