Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XIX. Madrid, Comunidad de Madrid. España.




Roberto no lo sabía, pero el parque del Buen Retiro era una trampa pasara lo que pasara. El enorme recinto estaba preparado para volar por los aires si todo fallaba y los muertos lograban echar abajo las vallas. Esta brillante idea se le ocurrió a un general de batallón enjuto y con gafas, de nombre Amalio Rodriguez, que ni siquiera había entrado en combate. A los soldados que tuvieron que enterrar las cargas y preparar todo el sistema se les explicó que la razón de hacerlo era humanitaria, para acabar de manera rápida si todo se iba al garete; pero la verdadera razón era mucho más práctica y brutal: el general Amalio Rodriguez estaba dispuesto a sacrificar en cualquier momento la vida de miles de refugiados si un ejército extranjero amenazaba con invadir el Retiro.

De modo que, en el momento en que la carga del BMR-M1 hizo explosión, provocó una reacción en cadena que hizo volar por los aires el parque entero. En unos segundos, a la enorme explosión del tanque, se le unieron cientos de explosiones a lo largo de todo el recinto, que se llevaron por delante instalaciones, vehículos, cadáveres y zombis por igual.

La columna de fuego y humo resultante se vio a kilómetros de distancia y la onda expansiva reventó cristales hasta ciento cincuenta metros a la redonda. No hubo un solo rincón en Madrid donde no se escuchara la explosión y los pocos supervivientes que restaban en la capital se estremecieron en sus escondrijos. La misma capital que unos meses atrás bullía de vida con sus casi cuatro millones de habitantes, ahora era una caja de resonancia vacía y lúgubre.

Esos cuatro millones de habitantes se habían reducido a unos veinte mil. Menos del uno por ciento. La mayoría de los habitantes murieron en los primeros días, en los atascos a las afueras de las calles y en las calles, que se convirtieron en un infierno en pocas horas. Las pocas personas vivas que quedaban en la ciudad iban reduciendo su número día a día, con los edificios como únicos testigos de sus historias de supervivencia y muerte. Cada persona una historia pero todas con un denominador común: los muertos vivientes.

A la misma hora en que el parque del Retiro volaba por los aires, Juan, un repartidor que se había encerrado en un almacén de alimentación, abría la puerta del mismo a los zombis, cansado de esperar un rescate que nunca llegaría.

Rosa, una cuidadora de ancianos que había mantenido con vida a cinco de ellos durante tres meses con mucho esfuerzo, los usaba como señuelo para poder huir del edificio cuando las barricadas cayeron-

Mientras Rosa huía entre los gritos de agonía de los ancianos, Philippe, un adinerado francés que llevaba semanas atrapado en él azotea de un edificio de cuatro pisos, se lanzaba al vacío buscando una salida fácil. Lo que en otras circunstancias se hubiera considerado un golpe de suerte, en el nuevo mundo fue algo fatal. Philippe sobrevivió a la caída, en la que se fracturó las dos piernas, por lo que fue una presa fácil para los muertos que rodeaban el edificio.

Paco, un policía que había aguantado en una comisaría del centro viendo morir a todas las personas que le importaban en la vida, levantó la vista para ver la enorme bola de fuego que se alzaba sobre el cielo de Madrid. A continuación amartilló su arma reglamentaria y se pegó un tiro en la boca.

Vicente miró atrás por última vez cuando la primera explosión evaporaba al instante a Roberto. había logrado arreglar la vieja locomotora 333 y ahora se le abría por delante un camino lleno de posibilidades y peligros.

Cada día quedaban menos vivos en Madrid. Los muertos reclamaban su espacio y poco a poco lo iban consiguiendo. La vida en este nuevo mundo no era fácil ya que, había muchos otros peligros a parte de los muertos. Los suicidios y los asesinatos estaban a la orden del día, y enfermedades que antes eran motivo de guardar cama y descansar, ahora acababan con vidas a diario.

La gran ciudad de Madrid estaba muerta y, los pocos afortunados que podían hacerlo, huían de ella. Los demás, esperaban lo inevitable. La capital del país se había convertido en un lugar que todos los peregrinos en este nuevo mundo evitaban.

La gran explosión del Retiro dio paso al silencio, que sólo fue roto por el lejano rumor de un motor. Los muertos, excitados por tanto sonido, buscaban el origen sin encontrarlo, y sin saber que provenía de una pequeña avioneta Cessna que sobrevolaba la capital. Algo que no se volvería a ver en mucho tiempo.

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