Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XXIII. Segovia, Castilla y León.




Segovia se vislumbraba a lo lejos. Su majestuoso acueducto, de principios del siglo II se mantenía altivo pese a que su alrededor todo se hundía. Llevaba más de mil quinientos años transportando agua desde un manantial situado a 17 kilómetros de la ciudad, y aun hoy lo hacía. El agua salía cristalina del manantial de la Fuenfría y recorría el largo trecho hasta la ciudad manteniéndose pura y fresca. Una vez en la ciudad, se teñía del negro denso de la sangre coagulada. Los muertos se amontonaban en los tramos abiertos del caudal escurriendo su ponzoña al agua, tiñendo de negro las milenarias piedras del monumento romano.

Vicente vio pasar la ciudad por la ventanilla de su locomotora. Viendo pasar Segovia se arrepintió de no haber viajado más. Se arrepintió de no haber disfrutado más con su familia. Ahora se sentía como un condenado a cadena perpetua al que le hubiesen arrebatado la posibilidad de ver mundo. El mundo ahora pertenecía a los muertos y los vivos se escabullían de madriguera en madriguera. Por encima de la civilización, por encima de las vidas humanas, por encima de todo, los muertos habían arrebatado el mundo a los vivos. Vicente siguió su camino dejando atrás la milenaria ciudad de Segovia.

Ajeno al lento viaje de Vicente, Rodrigo, un joven de veintiún años corría por Segovia perseguido por decenas de zombis. Tras días encerrado en un autobús de línea, se había arriesgado a salir en busca de comida y sólo había encontrado miles de muertos. Segovia era una ciudad muerta desde hacía semanas. De los cincuenta y cinco mil habitantes que la poblaban, sólo quedaba Rodrigo. Los demás, o habían muerto o habían huido. Pero eso Rodrigo no lo sabía. Corría por las calles esperando que en algún momento alguien saliera de un escondite y lo rescatara, pero con el paso de los metros se fue dando cuenta de que eso no ocurriría.

Rodrigo corría cada vez con menos fuerzas por la calle del Obispo Gandasegui y llegó sin proponérselo a uno de los extremos del acueducto romano. Con zombis por todas partes y sin nadie que le ayudara, decidió seguir su huida por el acueducto, con la esperanza de que, siendo tan estrecho, los muertos fueran cayendo a uno y otro lado mientras le seguían. Y así ocurrió. Los muertos le siguieron en tropel por el monumento romano y, siendo tantos como eran, iban cayendo a decenas por los lados del mismo. Las faldas del monumento se fueron convirtiendo en un horrible mosaico de muerte y vísceras mientras Rodrigo iba ganando terreno.

Rodrigo se giró para ver el espectáculo de muerte que se producía pocos metros detrás de él y, mientras gritaba de excitación, su pie topó con una milenaria piedra deficientemente colocada por algún esclavo romano. El joven cayó de espaldas y, tras una dolorosa voltereta, su cuerpo se despeñó por uno de los laterales del acueducto. Todo se ralentizó para Rodrigo. Mientras caía, veía con horror que veinte metros más abajo le esperaban decenas de zombis que comenzaban a abrir las bocas ante el bocado que les caía encima. A Rodrigo no le pasó su vida por delante. Sólo tuvo tiempo de pensar que no quería morir devorado y que ojalá muriese en la caída. Pero no fue así. 

Con la muerte de Rodrigo, Segovia quedó habitada unicamente por zombis, como ya había pasado en numerosos pueblos pequeños. Se convirtió en la primera gran ciudad en quedar desierta. Y no sería la última.



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