Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XXII. Latitud 40°37'37.60"N, Longitud 3°43'29.10"O. Cerca de Tres Cantos, Madrid.




El zombi de lo que un día fue una preciosa niña de ocho años avanzaba sin rumbo por un campo de trigo echado a perder por la falta de cuidado. Vestía el uniforme de su escuela, donde se había refugiado junto a decenas de compañeros y padres huyendo de los muertos. Las defensas no tardaron en caer y se produjo el escenario que se repetía a lo largo de todo el globo.

Ahora, el cuerpo semi devorado  de la niña deambulaba por un mundo en el que cada vez quedaban menos vivos. Su único propósito era encontrar comida; no tenía prisa ni sentía cansancio, de modo que vagaría hasta que su cuerpo se descompusiera. Un lejano ruido atrajo la atención del ser, que se encaminó hacia el origen del ruido y, de pronto, cayó al suelo. Se había metido en las vías de la línea férrea Madrid-Irun y había tropezado con una de las vías. En la caída, la otra vía le golpeó en la cara, convirtiéndola en una masa sanguinolenta. El ruido que había atraído su atención era cada vez más audible y empezó a gruñir. Comenzó a ponerse en pie y cuando estaba a medias, una locomotora diésel de la serie 333 015 6 de tres mil trescientos caballos de potencia la arroyó esparciendo sus descompuestos restos a más de cien metros de distancia. La locomotora siguió su camino mientras su potente bocina inundaba el silencioso ambiente que reinaba en la zona.

El morro del tren se llenó de una masa negruzca y coagulada que llegó hasta los cristales. El conductor tuvo que accionar los limpia parabrisas para poder ver algo. Vicente dio gracias de haber supervisado hasta el último componente del tren. Desde que había salido de Madrid hacía días, había avanzado a poca velocidad por las vía férrea y se había tenido que bajar para despejar la vía en innumerables ocasiones; pero ahora, a medida que se alejaba de la capital, la vía parecía estar más despejada y podía aumentar el ritmo aunque, por precaución, mantenía una velocidad de treinta y cinco kilómetros por hora. Esa, a priori, baja velocidad, era letal en unión a la masa total de la locomotora, de más de cien toneladas y, desde el inicio de su viaje, Vicente había atropellado cientos de muertos. Era su particular venganza, y la estaba disfrutando.

Vicente tocaba el claxon y atraía a los zombis a las vías del ferrocarril, donde acababa con su tormento pasándoles por encima con su locomotora, una locomotora que había pasado semanas reparando en las cocheras de la estación de Chamartín y con la que pretendía llegar hasta la estación de Irun. Se suponía que parte del gobierno se había refugiado en el casco antiguo amurallado de Fuenterrabía, una población cercana a Irun, y desde allí se estaba planeando la recuperación progresiva de todo el país.O eso decían los escasos rumores que recorrían la estación de Chamartín antes de que los zombis derribaran las barricadas y entraran arrasando con todo. La esperanza de encontrar algo parecido a un gobierno en Fuenterrabía había mantenido con vida a Vicente y esa esperanza es la que ahora le daba fuerzas para acometer el viaje de más de quinientos kilómetros que le esperaba hasta el País Vasco. Un viaje que lo alejaba de Madrid y del recuerdo de su familia y amigos. Un viaje peligroso que afrontaba en solitario, solo acompañado por una 9mm que le arrebató al zombi de un policía y los miles de zombis que distinguía a través del parabrisas, muchos de los cuales eran atropellados por la locomotora cuando, atraídos por el sonido, se interponían, como la niña, en su camino. Vicente esbozó una sonrisa. Puede que el viaje no fuera tan aburrido como había previsto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario