Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XXIX. Punto Kilométrico 640, línea Madrid-Irún, Irún, Guipuzcoa




San Sebastian. La perla del cantábrico. La ciudad más importante de la cornisa cantábrica y una de las más bellas del país. Vicente había escuchado mucho adjetivos sobre la capital guipuzcoana, pero nunca la había visto más allá de fotos o vídeos. Ahora se encontraba atravesando su estación de trenes con la locomotora con la que había recorrido media España, viendo lo que quedaba de la ciudad. No auguraba nada bueno. Si Fuenterrabía era un fortín, San Sebastián, a apenas veinte kilómetros, debería estar en mejor estado. Y no era así. Era una ciudad muerta. Por entre las calles circundantes a la línea férrea, Vicente divisó el Kursaal, los Cubos de Moneo, símbolo de la ciudad y que simulaban dos piedras varadas en la playa, ahora eran poco más que teas ardientes, reflejo del resto de la capital. 

Un gorjeo de la pequeña Mirari le trajo de vuelta al mundo real tras estar divagando durante varios minutos, cosa que últimamente le pasaba a menudo. Todo lo que le rodeaba era demasiado horrible como para no quedarse absorto mirando. Miró al bebé, que dormitaba envuelto en mantas. Su nombre, o lo que Vicente pensaba que era su nombre, Mirari, estaba bordado a punto de cruz en un babero. Nunca había oído ese nombre, pero le gustaba mucho. Siempre le habían gustado los nombres vascos. Mirari era un soplo de aire fresco y una amenaza a la vez. Por un lado, le había llenado de una ternura que creía perdida entre los restos del viejo mundo, y por otro, suponía un lastre considerable, ya que tenía que buscar comida y mudas limpias. Vicente esperaba con todas sus fuerza que en Irún y en Fuenterrabía hubiera realmente una zona segura. Si no era así, volvería atrás sus pasos y allí donde se le acabara el combustible, bajaría, buscaría una zona alejada e intentaría cuidar de Mirari. Era un plan de mierda, pero no le quedaban más opciones.

Tras salir  a toda prisa de las cercanías de la balsa de la Magdalena, Vicente había parado en medio de un viaducto para alimentar y calmar a la pequeña, de la que pensaba que tendría unos quince meses. Con un poco de leche en polvo y papilla había sido suficiente y, por un momento, mientras la niña descansaba sobre sus brazos, el mundo había vuelto a ser el que era, sin muertos y sin el miedo de no llegar a ver el siguiente amanecer. Recuperó la paz que solo un bebé dormido transmite. Por supuesto, esa paz duró poco, ya que incluso sobre un viaducto en medio de la nada, un solitario zombi llegó para aporrear un lateral de la locomotora. Tras dejar a Mirari sobre unas mantas, Vicente arrancó y puso rumbo a su cada vez más cercano objetivo.

Ahora se encontraba muy cerca de su destino, atravesando el famoso puerto de Pasajes. Uno de los puntos de entrada y salida de mercancías más importante del cantábrico. Un enorme transatlántico estaba incrustado en uno de los laterales de la entrada del puerto interior. Había ardido y ahora era un enorme esqueleto de más de doscientos metros. Atravesado como estaba, cerraba la única vía de escape del puerto. Era una visión terrible, con un barrio entero aplastado por el morro del barco. Las pequeñas casas de pescadores, antaño de vivos colores, eran ahora del color negruzco del hollín y de la sangre seca. Como todo lo demás que había pasado frente a su parabrisas, ese retrato de los últimos días de la humanidad quedo atrás. 

La noche era cerrada y el casi perennemente nublado cielo del norte no ayudaba a que mejorase la visibilidad. Entonces, de entre las sombras, los primeros edificios de la ciudad de Irún aparecieron ante los ojos de Vicente. No era lo que esperaba ver. No había diferencia entre esa ciudad y las que había ido dejando atrás: destrucción y muertos vivientes. La única diferencia eran los kilométricos atascos que ocupaban todas las carreteras que Vicente lograba ver. Imaginó que, al ser una ciudad fronteriza con Francia, Irún tuvo que ser atravesada por millones de personas intentado llegar a Francia, donde, desgraciadamente, no encontraban nada mejor. Seguramente, en su intento de huída, mucha gente llegaba infectada, o llevaba a familiares infectados consigo, de modo que la zona tuvo que ser un infierno cuando los infectados empezaron a devorar a sus familiares dentro de los coches en pleno atasco. En Madrid, cuando todo se fue al infierno, las noticias era muy confusas y había más miedo que realidad, pero Vicente recordaba haber oído que el Gobierno francés había volado los puentes internacionales que unían Hendaya e Irún. En su momento pensó que sería un bulo, pero ahora, tras ver semejante escena, lo veía totalmente probable. 

La locomotora se fue adentrando más y más en la ciudad y el panorama era desolador. La estación internacional de trenes era un cementerio. Los edificios de viviendas que Vicente veía estaban vacíos, solo ocupados por los muertos. Siguió doscientos metros más hasta que, de pronto, el motor de la locomotora 333 dejó de funcionar. Entre maldiciones, Vicente frenó el tren y salió al exterior para ver el motor. Ayudado por la linterna intentó divisar el problema, pero con un motor de casi cuatro metros de largo, era imposible saberlo. A los pocos minutos, la linterna dejó de funcionar, uniéndose a la locomotora en su complot contra Vicente, que tuvo que abandonar la búsqueda de la avería. Quizá el problema fuera que esa locomotora era de arrastre y no estaba diseñada para un viaje de quinientos kilómetros. Volvió a la entrada de la cabina y se quedó mirando alrededor y decidió que bajaría echar un vistazo. Entonces escuchó que Mirari despertaba. Se metió en la cabina y la cogió en brazos. La niña le miraba con los ojos muy abiertos. No podía salir con ella, aunque, por otro lado, si decidía quedarse y pasar la noche allí, podía amanecer rodeado de muertos, y con un motor que no funcionaba, sería una sentencia de muerte. Su enorme compañera de viaje había dejado de ser un lugar seguro. 

Tras varios minutos decidiendo lo que llevar y lo que dejar, Vicente bajó de la cabina con Mirari en brazos. Llevaba la escopeta echada al hombro y había cargado la mochila con lo básico. Si encontraba un refugio seguro por la zona siempre podría volver a por más cosas.  

Rezando porque la niña no llorara, Vicente caminó por la vías unos cincuenta metros, hasta que, de improviso, una luz le apuntó a la cara. Cegado por la potencia del haz, entrecerró los ojos, sin poder ubicar el foco. Pensó que quizá era un control que daba acceso a la zona segura. Un disparo truncó sus pensamientos. Se vio proyectado hacia atrás. Con la niña aun en brazos, escuchó gritos que se mezclaban con el llanto de Mirari. Gracias a Dios, seguía viva. Si lloraba es que estaba viva. Si lloraba es que estaba bien. 

Ese fue el último pensamiento de Vicente antes de que la luz que lo rodeaba fuese engullida por la oscuridad. Vicente quedó tendido sobre la vía férrea que unía Madrid e Irún. 







4 comentarios:

  1. ¿Debo suponer que es el final de la serie? Pese a la pena, me ha parecido brillante hasta este punto. Enhorabuena! Tenemos que pensar la manera de llevarlo al cine (independiente)

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    1. Le adelanto, en primicia primiciosa, que no es el final de la serie. Ni mucho menos. Vamos a tener tiempo de muertos para aburrir. Muchos países quedan por el mundo...

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